miércoles, 13 de agosto de 2014

"El inventor de juegos" - Pablo de Santis

Capitulo: Nicolás Dragó

Cuando el tren se detuvo en la estación de Zyl, Iván observó que el viento se había encargado de abreviar el nombre de la ciudad: al cartel solo le quedaba la letra Z, en la estación solo había una oficina de correos  que parecía cerrada, un reloj de hierro detenido para siempre en las nueve y cuarto, y cinco grandes cubos de cemento pintados como dados, que servían como bancos.
Su abuelo lo esperaba en el andén. Un paraguas amarillo lo protegía de la llovizna. Nicolás Dragó con sus anteojos de cristales redondos hasta que estuvo seguro de que era su nieto. Es Entonces se acercó a abrazarlo. Era evidente que no tenía práctica en abrazos, porque sus gestos eran ligeramente exagerados, como si copiara una escena vista en una película.
                - Bienvenido. –Miro con tristeza la guía que Iván sostenía en la mano-.Nunca les creas a las guías. Saben mucho del espacio y poco del tiempo.
Iván y su abuelo avanzaron por una avenida desierta. El polvo había sepultado las rayuelas que decoraban el piso, pero ahora la llovizna hacia reaparecer con  timidez un número siete y algún resto de amarillo. Las casas antes pintadas de colores brillantes, lucían desteñidas y abandonadas.
                -¿Nadie vive aquí?  -Pregunto Iván.
                -La gente aparece de a poco. Esta zona es una de las más despobladas, pero ya verás que no todo está tan falto de vida.
                -Es cierto  –Dijo Iván y saludo con la mano a un chico que levantaba la suya. Un poco más lejos había una mujer con una bolsa del mercado.  Iván espero a que el chico bajara la mano y que la mujer siguiera caminando, pero los dos quedaron inmóviles.
                -¿A dónde vas?                 Mi casa es por aquí. –trato de distraerlo su abuelo. Pero Iván ya corría hacia las dos figuras, que no tenían apuro por alejarse. Eran siluetas de madera pintada. La lluvia de los últimos años casi les había borrado los rasgos de la cara
                Su abuelo le explico:
                -Las hicimos hace mucho tiempo, para los pasajeros del tren. No queríamos que vieran el pueblo vacío. Teníamos  unos cuantos: un policía, un granjero, una mujer que paseaba un perro. Había una chica con paraguas, para mostrar en los días de lluvia, los cambiábamos de lugar cada vez que llegaba el tren, para que los pasajeros no se dieran cuenta del truco. Pero al final nos cansamos y los dejamos ahí. La mayoría se estropeó. Estos dos son los últimos que siguen en pie.

La casa de Nicolás Dragó era como el cuarto de un niño que se hubiera expandido por corredores,  salones y escaleras. En muchos años nadie había puesto orden, y el suelo estaba lleno de astillas de madera, pinceles que ya no servían y tubos de pintura vacíos.
El abuelo aparto de la mesa  las piezas de un rompecabezas que estaba pintado y estiro un mantel a cuadros generoso en manchas y remiendos. Luego llevó a la mesa una botella de vino, otra de agua y una fuente con tallarines.
-Voy a decirte la verdad: al principio trate de que tu tía no te enviara hacia aquí. Me parecía que en la capital ibas a estar mucho mejor. No quería que te contagiaras del desaliento que se respira en Zyl. Pero en su última carta, además de hablarme de cierta Búsqueda del tesoro que termino en catástrofe…
-No pensaba que el colegio se iba a hundir… -Se apuró a decir Iván.
-No es eso lo que me importa. Tu tía me dijo que una vez , hace varios años, enviaste un juego por correo. Y que recibiste una respuesta.
Iván abrió su mano derecha.
-Esta es la respuesta. Pero no fui el único seleccionado. Hubo otros diez mil…
Nicolás había tomado la mano de su nieto entre las suyas y miraba el dibujo con temor, como si fuera la marca de una enfermedad mental.
-No. No hubo otros seleccionados. Eran el único. Si yo hubiera sabido antes lo del concurso…¿Cómo era tu juego?
Iván lo explico tan detalladamente como lo recordaba y le habló de la revista Las aventuras de Víctor Jade, del Trasatlántico Napoleón, de la compañía de los juegos profundos. Cuando terminó, dijo su abuelo:
-Zyl fue alguna vez una ciudad próspera. Aquí se fabricaban los mejores tableros de ajedrez y los rompecabezas más perfectos. De aquí salían las cajas azules del Cerebro mágico, los naipes Zenia, que brillaban en la oscuridad, y algunos juegos quizás olvidados como La caza del oso verde y La torre de Babel. Pero de a poco todos nos fueron olvidando y o quedó nada. Mientras nuestra ciudad se apagaba, la Compañía de los Juegos Profundos crecían.
-¿Y que tiene eso que ver con mi tatuaje?
-Es el símbolo de la Compañía. Pero antes de ser eso, era algo que nos pertenecía.
-¿Una pieza de uno de tus rompecabezas?
No, yo no podría haber hecho algo tan perfecto. Ya tendrás tiempo de saber a qué rompecabezas pertenece esa pieza. No quiero abrumarte en tu primer día en Zyl.
Terminada la cena. Su abuelo lo llevó al que sería su cuarto, en el piso de arriba, y lo dejo solo. La habitación había pertenecido al padre de Iván. En las repisas había libros de aventura, un velero de madera, algunos autos de metal y una lupa. En una foto de su padre aparecía junto con amigos en la entrada del laberinto de Zyl.
Iván pensó con tristeza en la distancia que había separado a su padre y a su abuelo durante cien años. A causa de alguna remota pelea, cuando se veían, una o dos veces por años, ninguno de los dos le dirigía la palabra al otro. Su padre había huido  de Zyl muy joven. Nunca le habían gustado los juegos.
Iván se acostó y se tapó con una manta. El sueño tardaba en llegar. Oía abajo los pasos inquietos de su abuelo que iba y venía de una punta a la otra del comedor.
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Capitulo: La habitación de los sueños

Iván corrió hasta el fondo del pasillo y llegó a ver al escarabajo que se perdía en un recodo. Más veloz que el libro, lo alcanzó antes de que cayera por la escalera. El mecanismo del libro parecía estar a punto de agotarse, las patas del escarabajo se movían con lentitud  y un rumor a engranaje oxidado se dejaba oír  a través de la portada. No dejaba de ser un milagro cansado. Cuando Iván estiró la mano para tomarlo, el libro, como si hubiera encontrado una solución a su problema en alguna de sus muchas páginas, rodó escaleras abajo y se perdió de vista.
El falso Iván estaba junto a él.
                -¿Me estas siguiendo? –preguntó Iván.
-Quiero ver cómo actúa el verdadero Iván Dragó. Me sirve para comparar hasta qué punto soy fiel al modelo. La verdad es que estoy un poco decepcionado.
                -¿Qué esperabas?
                -Cuando yo hago de Iván Dragó, pongo más fuerza, más expresión, recién,  en la escena del escarabajo, me hubiera tirado por las escaleras.
                -No es mala idea –dijo Iván, y le dio un leve empujón.
                El falso Iván, que era bastante torpe, estuvo a punto de caer rodando. Bajó los escalones a zancadas  y terminó sentado en el piso. Pero estaba menos preocupado por la caída que por el libro. Miró con alarma el camino que había tomado el escarabajo verde.
                -Lo que me temía – dijo- El libro acaba de entrar en la habitación de los sueños de Morodian.
                La escalera lo habían llevado a u hall de pareces blancas, donde había una única puerta, que estaba entreabierta. El falso Iván le hizo una señal de silencio y se asomó a la habitación
                -¿Ahí duerme Morodian?
                -Silencio… -El falso Iván trato de escuchar-. Todavía no empezó a hablar.
                Iván se asomó. La habitación era prodigiosamente grande. En el centro, en una cama gigante,  con una cabecera que mostraba figuras de bronce, dormía Morodian. Era un hombre alto, pero la cama era tan grande que parecía diminuto. Respiraba pesadamente, y movía los dedos de las manos continuamente. Iván reconoció los largos dedos blancos que había visto en el televisor.
                Los párpados eran casi transparentes; a través de ellos se podía ver el movimiento de sus grandes ojos vigilantes.
-¿Sabe que estoy aquí?
-Sabe que estas, pero no distingue que es real y que no. Te ha incorporado a sus sueños. Mientras estás aquí, conmigo, estás a la vez en el vientre de una ballena, o en el sótano de un castillo.
Junto a la cama había un hombre vestido de negro con un cuaderno en las rodillas y con un artefacto que era a la vez lapicera y linterna. Esperaba el momento de empezar a tomar nota.
El falso Iván susurro:
-Uno de los trabajos más difíciles de la Compañía de los juegos Profundos es el de anotar los sueños de Morodian. Hay un departamento especial que se ocupa del asunto, y están mejor pagos que los dibujantes. Los llamamos los escribas del sueño. Son tres: duermen de día, y de noche se van turnando para cumplir con esta tarea. Morodian nunca duerme si no hay alguien que tome nota de sus sueños.
-Pero no dice nada. Duerme profundamente.
-Hacia las dos de la mañana empieza a hablar. A veces forma frases con sentido, otras veces palabras sueltas, o habla en lenguas extrañas. El trabajo de escribas del sueño es muy complicado y exige una gran sensibilidad, porque no basta con tomar nota. Si los sueños en aparecer, o si se repiten sueños ya soñados, el escriban debe estimular a Morodian. Hace sonar una campana de cristal, o pasa la grabación del ruido de un tren, o aplasta una rosa frente su nariz.
El escriba miró a los recién llegados con reprobación.
                -Ya nos vamos –dijo el falso Iván. Y dirigiéndose a Dragó, explico-: Son muy celosos de su trabajo. No quiero que nadie esté presente. Cada uno tiene su propia técnica y sus secretos para hacer soñar a Morodian, y no quieren que los otros se lo copien. El que está ahora se llama Razum, y es muy malhumorado, aunque tiene fama de ser el más riguroso. Quinterión, el más joven, es un poco atropellado, y más de una vez estuvo a punto de despertar a Morodian. ¡Imagínate lo que eso significa, despertar al Profundo en mitad de un sueño! Tardó en aprender que los estímulos deben ser sutiles, y que las trompetas, los desplazamientos de la cama y las jaulas con fieras estaban fuera de lugar.
                Morodian se movió y dijo alguna palabra incomprensible. El falso Iván bajo la voz.
                -El mejor era Arsenio. Conocía el secreto para arrancar de Morodian exactamente lo que quería. Si Morodian deseaba hacer un juego que representara la vida subterránea, sabía cómo sugerir túneles y sótanos. Las pesadillas le obedecían. Tenía tanto poder sobre Morodian que finalmente cayó en desgracia.
                -Silencio –dijo el escriba Razun, de mal modo.
                Morodian había empezado a hablar. Iván no llegó a entender lo que decía. Hablaba con una voz gutural, profunda, como si alguien o algo hablaran desde su interior. Pero era evidente que Razun había entendido todo porque su lapicera luminosa ya volaba sobre el papel.
                -Antes de irnos tenemos que encontrar el libro –dijo el falso Iván. Y se repartieron la tarea de buscar por el cuarto.
                La voz de Morodian seguía sonando, lastimera. El sueño aún no era una pesadilla, pero encerraba un dolor profundo.
                Iván buscó debajo de la cama. Encontró unas viejas pantuflas, dos ejemplare de Las aventuras de Víctor Jade y unas hojas escritas a máquina que parecía el reglamento de un juego, pero el libro no estaba allí. Su cabeza choco con un obstáculo. Lo ilumino con su linterna de bolsillo. Era una caja negra, pesada, que se cerraba con un broche dorado. No había señales del escarabajo.
                -Lo tengo  –dijo Iván, desde un rincón del cuarto.
                Al ser descubierto, el libro hizo un rudo que sonó como un gemido de decepción, y que estuvo a punto de despertar a Morodian. El Profundo se sentó en la cama y registro con los ojos cerrados la habitación. Una gota de sudor cruzo la frente del escriba y cayó sobre la página.
                Morodian vestía un pijama de franela gris. De su pecho colgaba una serie de medallas ganadas en concursos de juegos durante su juventud. Las medallas le daban al pijama un aire militar. En el cuello llevaba una cadena, de la que colgaba una esfera de cristal. Iván vio con claridad que en el interior de la esfera estaba la pieza robada del rompecabezas de Zyl. Tuvo el impulso de arrancar el amuleto y escapar. Pero había tanto por en la Compañía de los Juegos Profundos…
                -Váyanse ya  –ordenó Razum, que apenas podía contenerse. La mano que sostenía la lapicera temblaba- . Miren cómo se ha trabado el sueño de Morodian.
                Razum abrió una valija de cuero negro que parecía el maletín y sacó de ella una pequeña caja. De ahí tomo un pañuelo de hojas secas que comenzó a frotar muy cerca de la cara de Morodian.
                Iván y el falso Iván se marcharon con el libro capturado, mientras Morodian articulaba frases de las que solo se entendían algunas palabras…pobre…jardinero…salida…los…caminos…Zyl…
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